La pregunta “¿de dónde vengo y a dónde voy?” es imposible anularla, porque se “impone” implícitamente al mismo hombre. Y la respuesta no es simple, pues se cuestiona de raíz el mero hecho de existir. Hay preguntas que orientan ir más-allá de sí mismo, cuestiones que no indican simplemente la trascendencia abstracta, como si la vida fuese una simple respuesta ecuacional: persona = vivir + morir, sino que son signos que, como amigas de la ascensión poética, abren la realidad inmanente más-allá (metafísica). Sin trascendencia, la luz de la verdad se extingue. La verdad degeneraría en un sentido incomprensible, sin amistad, sin relación franca consigo mismo ni con el otro (ni aquel Otro); se forma inclusive una filosofía apócrifa que intenta “científicamente” construir explicaciones “trascendentales”: sería la verdad anclada en la pseudo-ciencia que creería -o se engñaría- que es sabiduría.
A partir del modo cómo se piensa[1] la cuestión irrenunciable (“¿de dónde vengo y a dónde voy?”), se contempla la raíz del por qué de la existencia y para qué se vive. Pensar es trascender la realidad inmanente: pensar es poetizar. El lenguaje de la poesía cuestiona de qué uno está hecho: no se es un experimento, sino persona libre. No trascender los meros hechos, hará imposible romper la dureza del corazón. Sólo la libre gratuidad será capaz de preguntarse y re-preguntarse: ¿vivo para contemplar "qué"? La persona que abre su corazón, no objetiva ni virtualiza la realidad suya, sino que la deja ser, la vive y la "experimenta" como camino trascendente. No encarcela la vida propia ni la de otras personas en un círculo vicioso, sino que se asombra de la infinitud inaprensible: en lengua poética poetiza el contenido de la existencia humana. Una vez más, volver a re-pensar, o re-preguntar la ratio-calculante, será no un estrecho pensar, sino trascender el contenido hombre-mundo-historia, transfigurarla en la “cuestión del fundamento último trascendente”[2]. La ratio poética re-abre la inmanencia del ser-personal, y, confiadamente, acoge con libertad el misterio que es signo-real-revelado. Por tanto, poetizar, que es filosofar, es donar la inmanencia, es dejarse-ser, es ir-haciéndose una comunidad-de-amor.
[1] Escribo “se piensa” en el sentido de cómo se filosofa, se cuestiona, se reflexiona, se poetiza, se trasciende el mundo de las actitudes naturales: lo inmanente trasciende. La idea no es estacionarse en la reflexión abstracta, sino de cuestionar la razón para así dialogar contemplativamente con el mundo natural, aquel que le es propio al hombre y en el cual su vida con toda su corporeidad trasciende, con sus vivencias, sus emociones, su quehacer, su reflexión, su ciencia, su consciencia, su destino, su historia, su memoria, su espiritualidad. Es pensar -incluso- aquello que experimentamos como divino.
[2] J., ALFARO, Revelación Cristiana, Fe y Teología, Ediciones Sígueme, España 1985, 18.
