domingo, 19 de abril de 2009

Son 25 años justos y necesarios

A puertas de haber celebrado los días centrales de la semana santa, sumergido dentro de este fervor religioso, me surgen innumerables preguntas. Todas ellas a raíz de dos hechos nucleares ocurridos esta semana, una en Lima, y la otra en Chiclayo (mi tierra natal). A nivel nacional, desde Lima, se nos da la grata noticia del punto final a la no impunidad del intolerante y siempre escurridizo gobierno autoritario, como lo fue el Gobierno del Sr. Alberto Fujimori. Nunca debe triunfar, ni deberíamos permitirlo, el poder prepotente que encubierto entre sediciosas excusas cree que fácilmente puede burlar aquel sistema que hasta ahora por lo menos siempre nos ha entregado cierta estabilidad gubernamental, el de la democracia. Felizmente, hace unos días, se fundó en la memoria y la conciencia peruana un hecho histórico trascendental: 25 años que son precisos, justos y necesarios para expiar culpas por hechos que, fueran conscientes o no, arrancaron escenas desastrosas, muertes dolorosas y tristes pérdidas. Todas ellas, inexcusablemente, repetibles. Mientras todo esto ocurría en Lima, en Chiclayo, en el norte del Perú, el Centro Loyola (centro de formación espiritual laical creada por jesuitas) tuvo la visita de la Sra. Susana Villarán, una mujer sensata que por su buen ímpetu socialista a los chiclayanos nos recuerda el fructífero gobierno regional del Sr. Yehude Simón.

Nombres como Fujimori, Susana Villarán, Yehude, y otros que irrumpen entre ellos, nos invita a preguntarnos, por ejemplo, ¿cómo seguir re-creando la conciencia cívica regional?, ¿sirve de algo realmente la política nacional?, ¿somos o podemos los ciudadanos de “a pie” forjar un Perú distinto, con una moral distinta, con una ética nacional viva distinta a la que hemos heredado de las arcas del sistema de "inteligencia" fujimorista?, ¿En Chiclayo, u otra provincia peruana, acaso no se necesita formar líderes con conciencia y ciencia política? Si la fe es lo último que se pierde, entonces cómo ciertas instituciones tanto educativas como no-gubernamentales pueden aportar algo en este sentido. Si de lo sensato una pizca se hace, o se educa, es posible formar conciencia y ciencia política, como lo son con toda seguridad algunas personas o instituciones públicas de coherente e integridad moral política que dirigen hoy en día algunas de las más prestigiosas universidades privadas, como la PUCP, la UARM o la USAT.

Pero, además, ¿qué le falta a Lima y a las provincias para que este flagelo no-cívico deje de radicar en aquellas conciencias que desean de verdad ser políticamente bien intencionadas?, ¿acaso la opción final tiende a ser sólo particular, de un yo, de sólo para mí mismo?, ¿no debemos acaso buscar consolidar ese bien común que de a pocos en el Perú se hace cada vez menos colectivo pero mucho más sectario?, ¿acaso prima más la postura partidaria antes de dar prioridad a ese propósito fundamental que la conciencia cívica sabe de sobra, es decir formarse como una conciencia cívicamente libre? Contemplando aquel dinámico principio jesuítico, el de el camino hacia el magis más universal, me pregunto, ¿qué es más importante?, ¿que prime solo la politiquería mal intencionada o que reine como suprema preferencia aquel amor político que conduce hacia el bien siempre mancomunado?

El Perú necesita expandir su buen espíritu cívico que por distintas razones socioculturales se encuentra adormilado. Desde dentro de esta tierra norteña hemos de emprender el bien común regional.

Estructuras Lingüísticas Cambiantes

"No hay que asustarse: el idioma cambia siempre, de generación en generación. Va modificándose porque es un organismo vivo. Quedarse en el pasado significaría convertir al español en una lengua muerta.Las academias se dedican a la defensa del idioma, a difundirlo y a lograr que cada día se hable más".(Marco Martos Carrera, piurano, poeta, presidente de la Academia de la Lengua Peruana)

Los distintos modos de expresión nunca permanecen estáticos. Las estructuras ingüísticas que son la base de una comunicación comúnmente aceptada a través de toda la historia, también, varían en el tiempo. Ni las estructuras ni los modos se mantienen rígidos por siempre. Ambos, tanto los modos de expresión como las estructuras idiomáticas, que son múltiples y variables, dependen en gran medida no sólo de la ubicación geográfica del hablante, sino, además, del modo en cómo cada hablante se expresa (o habla) en un determinado nivel sociocultural o, en fin, según la situación comunicativa (llamada formal o informal) en la que este espacio verbal aparece.

El español (o castellano, según el país hispanohablante) si bien es un idioma con una estructura básica aceptada, que permite la comunicación entre una comunidad de hablantes, que es bastante amplia, también ha variado y seguirá modificándose a través del tiempo. Los modos de expresión del s. XVIII no son los mismos del s. XIX, por ejemplo, los mensajes celulares (sms, chat -xat-) son los telegramas de nuestros días. Si bien unos han quedado, u otros han desaparecido, algunos de ellos siguen en uso aunque con ciertas variantes sugeridas e incorporadas por consenso. Sin embargo, a pesar de lo inevitable, de que continuará variando el idioma, mantenemos a diario un español estándar que todos usamos en distintos espacios (escuelas, universidades, medios de comunicación, etc.) que nos ayuda a reconocernos como hablantes de una misma comunidad que se entiende, que se comprende y que desea entenderse. A pesar de obvios particularismos lingüísticos (o límites regionales) no es posible (ni aceptable) que estos paralicen o enralezcan el enriquecimiento del idioma porque más allá de estos particularismos existe una comprensión universal que no se puede desaprovechar ni descuidar.

La censura intolerante sólo se fija en eliminar la riqueza lingüística. Por ello, es justo reconocer la variabilidad lingüística, pero, al mismo tiempo, reconocer que toda estructura idiomática básica como norma consensuada es también necesaria, porque sólo así es que se nos brinda una bella oportunidad para enriquecer el habla o los modos de expresión de quienes así realmente lo prefieren. El punto de equilibrio entre lo variable y lo perseverante es un bien como hecho lingüístico cuando sirve a un mismo propósito comunicativo, esto es, conocer la riqueza de nuestro idioma como base y soporte de una mejor comprensión humana que conduce hacia la belleza del buen escribir de aquellos nuestros más mayores y mejores preciados pensamientos.

Finalmente, a partir de lo antes expresado, considero que una persona que gusta siempre hacer uso de lo comúnmente aceptado, de tal forma que le permita asegurar no sólo una preferencia lingüística sino un buen entendimiento de lo que se expresa o de lo que se escucha, va por buen camino. Por tanto, según tiempo, lugar, y persona, cada uno decida si opta por el habla o la lengua formal (cuando ciertas situaciones protocolarias lo ameritan), por la coloquial (cuando percibe que lo protocolario no ayuda al entendimiento) o por la lengua literaria y formal o esmerada (cuando desea narrar o escribir con especial dedicación sus pensamientos o sus conclusiones profesionales).

Comentario a "La Lengua de Lázaro Carreter" Ir a Pag.Web