La selva peruana se ha teñido de sangre. Son 33 las personas que han muerto en la ciudad de Bagua como consecuencia de un enfrentamiento armado entre efectivos policiales y nativos de la amazonía. La lamentable, triste y dolorosa noticia que narra la muerte de estas personas cuestiona esos tantos encuentros de diálogo infructuoso que ya desde hace varias semanas representantes de la política peruana intentaron conciliar con algunos dirigentes nativos de la amazonía. Estas muertes pudieron haberse evitado si en principio ese agridulce diálogo inicial hubiese presentado por lo menos un mínimo de intención sincera con la única esperanza de que ambas partes aceptaran lo acordado sin desmerecer lo que se propuso de manera consensuada.
Es triste ver que entre peruanos nos matamos. Es doloroso sentir un Perú disgregado, partido, desconectado culturalmente y plagado de políticos oportunistas. Es difícil pensar un Perú sin la más mínima intención sincera de crear lazos fraternos que tejan diálogos constantes los cuales indiquen que el Perú no es un feudo dirigido por políticos autoritarios ni una parcela en donde se gobierna o se domina a subordinados nativos irracionales. No sólo es el Estado quien ha mantenido un diálogo constante sino son también los mismos nativos de la amazonía quienes se han mostrado interesados en explicar, cuestionar e inspirar nuevos aires indígenas a tales decretos que han sido legislados por y en el Congreso de la República (Se intentó buscar el desarrollo de la selva desde Lima, señaló el presidente del Consejo de Ministros, Yehude Simon). Debemos entender que lo regulado siempre deberá expresar un consenso nacional producto de la reverencia a lo comunitario mas no por lo que un sectario partido político o un particular egoísta interés regional propone como “idea sensata”.
La manzana de la discordia es que aún no se resuelve entender el para qué sirve o el cómo ejecutar tal o cual decreto legislativo. Los nativos de la amazonía no entienden ni qué son ni por qué se tiene que crear confusas normas que aparentemente han sido establecidas para quitar, robar o privatizar aquellas tierras que por legado indígena sienten como suyas, como parte de su vida, porque no poseen además otro modo de cómo conseguir un minúsculo producto alimenticio. Decretos que una vez más deben ponerse en la balanza del discernimiento, asumiendo conscientemente que lo que se discierne es la comprensión respetuosa de una cultura peruana que no es uniforme sino diversa, potencialmente rica en su variedad de etnias así como diferente en su multiplicidad de dialectos los cuales construyen, por tanto, un modo de proceder distinto sobre cómo pensar, sentir, querer y amar en la vida diaria.
Finalmente, creo suponer bien que en el Perú lo que se necesita es un carácter revolucionario cuya actitud sea esa convicción que propone la inculturación gubernamental en todos los rincones del país. La inculturación no es cuestión sólo de adaptación ni de traslación. Ella se refiere más bien a encarnar en una cultura toda una forma de vida…todo cuanto se es o se hace o se propone o se construye. No sólo es cuestión de adaptar formas o trasladar actividades citadinas a culturas no-urbanas. Hay que comprender que la inculturación que debe reinar es una forma de vida cuyo modo de proceder influya a través de todos los programas gubernamentales o centros de formación que se presenten de forma creativa e integradora. Su influencia se notará porque siempre tomará en cuenta el contexto socio-cultural de la región local en todas sus etapas de diálogo intercultural para crear así un espíritu de comunión que defienda la identidad no sólo regional sino del Perú en general. En conclusión, para crear ese espíritu de comunión en estos duros momentos que afrontamos en el país urge retomar el diálogo pero en términos de inculturación profunda que aclare con sumo respeto que nadie es superior a otro.
Por otro lado, durante muchísimos años, la selva peruana ha sufrido la opresión cultural como sinónimo de olvido de la política peruana durante más tiempo que cualquier otra zona o región del país. Por ello, para librarse de esta opresión, lo que en la selva del Perú se vive es consecuencia de la gestación de un pensamiento que propone una cantada “revolución” pero nunca una fanática rebelión. Sus propuestas mas no tales hechos lamentables e injustificados atisban el nacimiento de un pensamiento original con carácter revolucionario. Es una revolución sin resentimientos que conduce el futuro del Perú hacia senderos legislativos con rostro humano, donde una sociedad citadina empatice cada vez más con la selvática, y viceversa. Es cierto, se necesita ser revolucionario pero no rebelde. La rebeldía hiere, castiga, mata y disgrega el poder de la autoridad, solo con el único fin de imponer su poder para que sea él quien gobierne con mayor dureza que el del derrocado. No proponemos rebeldes fanáticos ni revoltosos sin convicciones, lo que deseamos es que nuestro territorio peruano sea gobernado de manera sensata, sin imposiciones, sin poses de superioridad, sin discursos que dañen la diferencia de identidad nacional. Seamos sí revolucionarios, pero sin ser dueños de la verdad, porque, en caso contrario, seremos o rebeldes sin causa o autoritarios inculturales como pretenden serlo -a mi entender-, esos diez decretos jurídicos redactados con tono capitalino pero sin matiz nativo selvático.
