lunes, 30 de noviembre de 2009

A favor o en contra

Por: José Luis Estela Sánchez
Nosotros tomamos nuestro destino en las manos, nos convertimos en responsables de nuestra historia mediante la reflexión,pero también mediante una decisión en la que empeñamos nuestra vida;y en ambos casos, se trata de una acto violento que se verifica ejercitándose. MERLEAU-PONTY
No veo forma por dónde sustentar el tema de este artículo. Los últimos días de estas últimas semanas he escuchado en distintos lugares un sinnúmero de comentarios que giran siempre entorno al mismo tema. Unos a favor y otros en contra. Aún el debate continúa. Unos afirman que es mejor que se acepte. ¿Será sólo cuestión de aprobación u aceptación? Otros firmemente afirman que es imposible aceptarlo. Entre unos y otros decires, me pregunto cuál es la correcta postura ante todo este asunto. He tratado de leer ciertos artículos u algún texto serio para aclarar la ruta del problema. He rebuscado algún sustento convincente entre mis libros guardados, pero en ninguno encuentro qué argumento analizar. Ninguno satisface. El panorama no es propicio y, aún más, el país aún no encuentra -creo yo- respuesta alguna que denote un sensato sentido no incierto.

¿Qué finalmente está en juego?, ¿qué es lo más valioso?, ¿la vida presente puesta en peligro es más valiosa que esa vida futura que aún no es persona?, ¿qué se pone en riesgo?, ¿la continuidad de la existencia sólo de esta vida presente?, ¿soy yo más importante que ?, ¿qué prima?, o, ¿quién prima?

Mi comentario al respecto. No puede ser que sólo por la resolución de un caso en particular se tenga que dar una respuesta universal que afirme sólo ese caso, pero, ¿y los otros casos? O, en posición contraria, tampoco es admisible que por universalizar una idea restrictiva se decida excluir un justificado problema particular. Es un problema altamente crítico y profundamente complejo.

La vida humana es un principio universal inalienable, ¿me equivoco? Es un a-priori universal. ¡Todos queremos vivir! ¡Nadie desea se le quite la vida! El derecho a vivir es un principio inalienable que le es connatural a cualquier ser humano que habita o es parte de una sociedad o de una comunidad. Entonces, ante qué casos particulares tan determinantes estamos que pueden ser aceptados con total naturalidad aun así si su aceptación implica ir en contra de eso tan connatural de este principio: ¡la vida humana! ¿Acaso es válido el “ojo por ojo, diente por diente”, o, en otras palabras, por venganza o por rencor es factible dejar que otro viva?, ¿acaso un embrión no deseado justifica que yo te mate?, ¿acaso porque no es mi deseo tenerte ahora se justifica que no se te permita nacer?, ¿actualmente, hoy, a puertas de un nuevo año, qué es vivir? Es un asunto complejo. No basta sólo ideas sueltas. Un punto si es claro, la vida humana es un derecho humano intocable. Sí es fundamental determinar en qué en casos y en cuáles no este principio dejaría de ser un derecho inalienable. Lo inconcebible es no cumplirlo cuando detrás de este incumplimiento lo que prima es el yo, o mis propios o intereses particulares. No porque hoy no tengo dinero para mantenerte tendré que matarte. No porque hoy soy pobre he de expectorarte de mi vientre. No porque te engendré después de una noche donde reinó el dios Baco tendré que expulsarte porque naciste de un repentino craso placer. No porque una legislación sustente la libertad individual se permitirá que reine la dictadura insensible del relativismo social. No porque la tasa de natalidad crece habrá que promover la reducción de la pobreza a punta de preservativos gratuitos. No porque se es incapaz de planificar seria y profesionalmente la educación nacional -en todos los aspectos, incluida la de sexualidad- se hace urgente levantar campañas sobre sexo seguro, cuando el mensaje tácito es la ineficiencia estatal o la inoperancia profesional. No basta crear campañas en contra de sino de educarnos a favor de.

Si yo fuera un embrión a punto de morir no sé qué sentiría, o qué frase diría, quizá alguna lágrima derramaría, o por ahí algún murmullo lanzaría. No lo sé. Quizá me cogería de algún cordón umbilical o de un útero o de algún instrumento quirúrgico o de un fármaco abortivo o de mí mismo o gritaría o te diría finalmente mátame si no deseas más que yo viva. Y si tú fueras un embrión a punto de morir, qué pasaría. ¿A favor o en contra?

lunes, 8 de junio de 2009

Un Perú sin inculturación amazónica

Por: José Luis Estela S.
"Todos deben sentarse a la mesa del diálogo como un comensal más,en busca de un futuro más justo que garantice el derecho de todos a una herencia cultural."
La selva peruana se ha teñido de sangre. Son 33 las personas que han muerto en la ciudad de Bagua como consecuencia de un enfrentamiento armado entre efectivos policiales y nativos de la amazonía. La lamentable, triste y dolorosa noticia que narra la muerte de estas personas cuestiona esos tantos encuentros de diálogo infructuoso que ya desde hace varias semanas representantes de la política peruana intentaron conciliar con algunos dirigentes nativos de la amazonía. Estas muertes pudieron haberse evitado si en principio ese agridulce diálogo inicial hubiese presentado por lo menos un mínimo de intención sincera con la única esperanza de que ambas partes aceptaran lo acordado sin desmerecer lo que se propuso de manera consensuada.
Es triste ver que entre peruanos nos matamos. Es doloroso sentir un Perú disgregado, partido, desconectado culturalmente y plagado de políticos oportunistas. Es difícil pensar un Perú sin la más mínima intención sincera de crear lazos fraternos que tejan diálogos constantes los cuales indiquen que el Perú no es un feudo dirigido por políticos autoritarios ni una parcela en donde se gobierna o se domina a subordinados nativos irracionales. No sólo es el Estado quien ha mantenido un diálogo constante sino son también los mismos nativos de la amazonía quienes se han mostrado interesados en explicar, cuestionar e inspirar nuevos aires indígenas a tales decretos que han sido legislados por y en el Congreso de la República (Se intentó buscar el desarrollo de la selva desde Lima, señaló el presidente del Consejo de Ministros, Yehude Simon). Debemos entender que lo regulado siempre deberá expresar un consenso nacional producto de la reverencia a lo comunitario mas no por lo que un sectario partido político o un particular egoísta interés regional propone como “idea sensata”. La manzana de la discordia es que aún no se resuelve entender el para qué sirve o el cómo ejecutar tal o cual decreto legislativo. Los nativos de la amazonía no entienden ni qué son ni por qué se tiene que crear confusas normas que aparentemente han sido establecidas para quitar, robar o privatizar aquellas tierras que por legado indígena sienten como suyas, como parte de su vida, porque no poseen además otro modo de cómo conseguir un minúsculo producto alimenticio. Decretos que una vez más deben ponerse en la balanza del discernimiento, asumiendo conscientemente que lo que se discierne es la comprensión respetuosa de una cultura peruana que no es uniforme sino diversa, potencialmente rica en su variedad de etnias así como diferente en su multiplicidad de dialectos los cuales construyen, por tanto, un modo de proceder distinto sobre cómo pensar, sentir, querer y amar en la vida diaria.
Por un lado, al gobierno central le urge re-plantear su modo de gobernar. No es posible dirigir a un país pensando que en él todos son iguales, porque, pensar un gobierno así, es muestra de ser hijo pensante de una cultura madre donde se gestan elementos opresivos como consecuencia del efecto cultural globalizador de la modernidad contemporánea, la cual fomenta el centralismo egoísta, la destrucción de la naturaleza y el avasallamiento económico cuya única preocupación es la búsqueda incesante de solo mayores ganancias. Las estructuras del gobierno central tanto legislativas como ejecutivas deben re-formularse dando muestras cada vez más de una definida identidad regional que vitalice la cultura peruana no como un sector marginado sino como una cultura comunitaria diversa ajena a la explotación.

Finalmente, creo suponer bien que en el Perú lo que se necesita es un carácter revolucionario cuya actitud sea esa convicción que propone la inculturación gubernamental en todos los rincones del país. La inculturación no es cuestión sólo de adaptación ni de traslación. Ella se refiere más bien a encarnar en una cultura toda una forma de vida…todo cuanto se es o se hace o se propone o se construye. No sólo es cuestión de adaptar formas o trasladar actividades citadinas a culturas no-urbanas. Hay que comprender que la inculturación que debe reinar es una forma de vida cuyo modo de proceder influya a través de todos los programas gubernamentales o centros de formación que se presenten de forma creativa e integradora. Su influencia se notará porque siempre tomará en cuenta el contexto socio-cultural de la región local en todas sus etapas de diálogo intercultural para crear así un espíritu de comunión que defienda la identidad no sólo regional sino del Perú en general. En conclusión, para crear ese espíritu de comunión en estos duros momentos que afrontamos en el país urge retomar el diálogo pero en términos de inculturación profunda que aclare con sumo respeto que nadie es superior a otro.

Por otro lado, durante muchísimos años, la selva peruana ha sufrido la opresión cultural como sinónimo de olvido de la política peruana durante más tiempo que cualquier otra zona o región del país. Por ello, para librarse de esta opresión, lo que en la selva del Perú se vive es consecuencia de la gestación de un pensamiento que propone una cantada “revolución” pero nunca una fanática rebelión. Sus propuestas mas no tales hechos lamentables e injustificados atisban el nacimiento de un pensamiento original con carácter revolucionario. Es una revolución sin resentimientos que conduce el futuro del Perú hacia senderos legislativos con rostro humano, donde una sociedad citadina empatice cada vez más con la selvática, y viceversa. Es cierto, se necesita ser revolucionario pero no rebelde. La rebeldía hiere, castiga, mata y disgrega el poder de la autoridad, solo con el único fin de imponer su poder para que sea él quien gobierne con mayor dureza que el del derrocado. No proponemos rebeldes fanáticos ni revoltosos sin convicciones, lo que deseamos es que nuestro territorio peruano sea gobernado de manera sensata, sin imposiciones, sin poses de superioridad, sin discursos que dañen la diferencia de identidad nacional. Seamos sí revolucionarios, pero sin ser dueños de la verdad, porque, en caso contrario, seremos o rebeldes sin causa o autoritarios inculturales como pretenden serlo -a mi entender-, esos diez decretos jurídicos redactados con tono capitalino pero sin matiz nativo selvático.

martes, 19 de mayo de 2009

Padre Alberto, ¡Santo Dios!, ¿un cura sin afectos?

Por José Luis Estela S.
Somos testigos de la noticia en la que el protagonista principal es el joven sacerdote diocesano Alberto Cuité, o, el “Padre Alberto”, como usualmente se le conoce, o, con el que llegó a hacerse popular. Sabemos además que el centro de la noticia es la imagen captada -por TVNotas- en la que a él se le fotografió junto a una mujer en un reconocido balneario playero al sur de Miami Beach, fotografía en la que se proyecta a ambos disfrutando de este pleno descanso playero mientras recostados se besan y acarician.


En medio de caricias, manoseos, besuqueos y demás gestos enamoradizos que aún no son publicados, surge un punto clave que escandaliza a unos pero que encandila a otros. En un lado de la orilla, se hace presente la calificación de actitud escandalosa que algunos prelados o sacerdotes católicos han expuesto de manera cruda, y, cerca a ellos, en el otro extremo, asoman los que imploran compasión, los que siempre parecen ser los más comprensibles, los feligreses católicos que profesan su fe romana implorando perdón por la no-amnistía del celibato ni de la castidad.

Es digno subrayar que el todavía padre Alberto Cuité con coraje y mucha valentía aparezca a través de las pantallas -una peculiaridad protagónica de él- para pedir perdón por el extremo daño que su infidelidad sacerdotal haya causado “ante Dios y ante toda su comunidad”. En primer lugar, pide perdón a Dios por haber faltado fundamentalmente contra este primer voto que él de manera libre y sin coacción ni interferencia alguna aceptó, el de ser casto. ¿Castidad?, ¿a qué refiero? Aclarar antes que la castidad no debe entenderse, creo yo, como la castración o la negación de aquellos afectos que el amor humano manifiesta de diversas formas. La castidad es la elevación del amor. La castidad se conduce por el camino de la fidelidad a ese primer gran amor con el que una persona logra encontrarse, después de una larga búsqueda, por el que promete darse entero, nunca a medias tintas, dándose sólo por amor, solo porque ese primer buen amor que ha encontrado es el que ahora abarca el todo de su vida. La castidad no refiere a ningún tipo de castración ni violencia ni esclavitud ni cárcel de la afectividad humana, definirla así será caer en una visión demasiado simplista, muy básica y de visión primaria. Creo más bien que ser casto se adhiere con el hecho de estar enamorado de un bien mayor al que usualmente se le llama amor, ese amor que actualmente en esta sociedad aún cuesta definir. Ser casto es la aceptación libre de un amor gratuito que se da sin que uno exija serlo. Por tanto, si Alberto Cutié hoy pide perdón es porque siente con “dolor y tristeza” que faltó a ese primer buen amor que encontró en ese Dios en quien él sí cree. Él no fue fiel a su primer amor, por eso pide perdón. Se enamoró de otro amor, pero esta vez de un amor femenino, el cual, obviamente, para nada es una falta que deba impugnarse. El detalle más bien es que él quiso consagrarse fiel a dos amores, lo cual es también obviamente imposible cumplir, porque cualquier ser humano, por más cura o laico o ateo que sea, es una doble vida censurable.


Además, otra petición de perdón que Alberto Cuité demanda es a todos sus fieles seguidores -feligreses, espectadores y oyentes-. Es una actitud digna la de pedir perdón a aquellas personas que en incontables oportunidades creyeron en su palabra, en su verbo, en su sonrisa, en su misericordia, en su aliento, en lo que él a diario construía desde un medio televiso o a través de su labor sacramental como sacerdote católico. Gracias a Dios, los feligreses al brindarle su apoyo entienden que no por el hecho de haberse enamorado de una mujer es que él haya dejado de ser un buen cristiano apostólico romano. No por el hecho de haber confrontado el amor a una mujer luego de un largo duro proceso interior, él haya dejado de ser un cristiano que sigue creyendo en ese Dios que para él como para muchos católicos es un Dios que es padre que tolera, madre que comprende, hermano que alienta, compañero que acompaña, amigo que encara pero que no condiciona, nunca, ni la libertad ni la conciencia, sino que solo desea iluminarlas para que uno decida cuál es el mayor bien por el que se desea optar. Si Alberto Cuité desea, parece ser, después de reconocer su falta, continuar la relación con aquella agraciada mujer, bien por él, pero ahora que lo haga asumiendo un nuevo hermoso compromiso, el de ser fiel a este nuevo amor que ha encontrado dándose entero pero sin menoscabos ni exclusivismos sino dando un amor de dos que incluye sanamente a otros.

Si es que él ya no desea mantener el celibato porque ha discernido en su interior de que “no es bueno de que el hombre este solo”, bien por él. Sea bienvenido el no-celibato en él, pero será insensato suponer que a partir de este caso particular -bien discernido, por supuesto- se obligue una ley universal en la que se imponga se elimine el celibato sacerdotal o religioso, porque parece ser que esta opción es una imposición eclesial que conduce hacia una vida malsana, inhumana, salvaje, “monstruosa y causa de perversiones sexuales que daña la afectividad humana” (así la definió el periodista Jaime Bayly en su programa de Miami). De hecho, el celibato es una decisión radical, poco entendida, traída a menos, para nada aceptada por la mayoría, sin embargo, aún son incontables los rostros concretos que manifiestan que sí existe todavía -gracias a ese soplo de vida misteriosa- personas contraculturales que radicalmente -por amor- se dan enteros solo para dar más amor, y esto es lo que, creo yo, aún a nuestra sociedad le cuesta asimilar allí en donde irrumpe ese corazón anticlerical que se revela sin sana razón porque cree que el celibato es una convención -o invención- obsoleta y pervertida.

Si es cierto que Alberto Cuité por fallar libremente contra su voto de fidelidad quiere ahora también de manera libre discernir la posibilidad de no ser célibe, entonces, por tal razón, sin repudio de por medio, es digno que nos aunamos en una sola voz con sus fieles seguidores teleespectadores de EWTN y Radio Paz así como a sus más cercanos parroquianos de San Francisco de Sales (Miami), diciéndole: “Te perdono, te respeto”.

Por tal razón, es injustificable aceptar tanto calificaciones o adjetivos eclesiales intolerantes como arbitrarias propuestas periodistas que satanizan o que perjudican o descalifican esa bondad a priori que sin lugar a dudas este joven sacerdote expandió, más allá de su pecado consciente, porque quien no haya cometido un pecado consciente alguna vez en su vida que por favor se atreva ahora mismo a lanzarle la primera piedra.

Ahora, amigo lector, es su turno, defina, por favor, ¿Alberto Cuité, es un cura sin afectos?

Decirles que como creyente que soy, como cristiano que confiesa la religión católica, aprecio muchísimo el buen espíritu de la alegría cristiana por lo mismo acepto a ciegas aquella humana tolerancia de aquel hombre llamado Jesús que en palabra de fe los evangelistas anunciaron, como, por ejemplo, Juan, quien, a mi entender, es el evangelista jesuánico más inductivo de todos. Es digno resalte el buen espíritu de esta religión jesuánica cuando dentro y fuera de ella son sus mismos seguidores -o miembros- los que por medio de obras predican un reino de amor que se manifiesta gracias a una palabra que levanta o por una vida que de manera gratuita consigue abrigo al desposeído o por una mirada que regala un gesto de perdón ante una evidente insensata intromisión que una actitud humana causa. Y esto es, por supuesto, lo que este joven cura quiso expandir en aquel reino televiso, el cual quizá en algún momento puede ser que lo endulzó tanto que le hizo perder su norte, pero que gracias a ese buen entusiasmo juvenil de su perseverancia, el de seguir adelante, jamás esta forma de predicar que él tuvo perderá su real valor. Por tal razón, es por el mensaje-en-obra que el pecador transmite por el que se debe empezar a re-crear una vez esta religión jesuánica mas no fiarse nunca por las pequeñas o escandalosas torpezas que infantilmente pudiera el pecador cometer.


Quién no en innumerables oportunidades se ha atrevido a pedir perdón por alguna acción -o palabra- que causó daño a un otro -u otra- porque fue receptor de un acto insensato quizá reprobable. No es fácil pedir perdón, pero cuando se decide llevarlo a cabo esa acción compasiva que se transforma en palabra sublime dignifica de manera portentosa la mirada del ser humano. Es digna aquella acción que expresa compasión cuando algún representante honorífico de alguna comunidad religiosa públicamente pide perdón por ciertas acciones censurables que en su debido momento pudierán cometer sus fieles o creyentes o miembros, quienes son, al fin y al cabo, hijos o hermanos suyos.

domingo, 26 de abril de 2009

manam munanichu...exclusión


Por: José Luis Estela S.
En Chiclayo, hace más de una semana (por fin) se estrenó la película peruana La Teta Asustada. Se sabe, hasta el cansancio, que esta producción cinematográfica permitió que su directora Claudia Llosa, la actriz Magaly Solier y el mismo film recibieran en el extranjero meritorios reconocimientos internacionales como fue, por ejemplo, la obtención del Oso de Oro en el festival del cine de Berlín.

Traer a acotación ciertas escenas andinas alienadas de la película, sinceramente, no es para burlarse ni mucho menos para bufarse, en cambio, sí para confirmar o afirmarlas. En cada una de estas escenas se nos muestra cómo la manipulación social, la aniquilación pluricultural, la dominación política y la opresión de la persona se adhieren supuestamente al entorno social de nuestro país, al del Perú. No han pasado aún muchos años en los que vivir en medio del terror senderista era un martirio, en los que el miedo o el susto de la explosión de un cochebomba era el pan de cada día. Este era el pan nuestro. Los largos años de violencia sangrienta, las incontrolables lágrimas de dolor por el abatimiento de un nunca acabar o la insuperable desolación sin esperanza eran algunos de los males que cada día se hacían más endémicos, como si pareciera que vinieron para quedarse en tierra peruana y de manera mucho más enfermiza en aquellas hermosas tierras serranas como las de Ayacucho, Huamanga (tierra de los muertos), o como las del Alto Huallaga en donde los primigenios indicios de una alianza entre el terrorismo y el narcotráfico hoy nos cobran factura de altísimo precio en el VRAE.

Este era el panorama del Perú durante los años 1980 y 2000, violencia armada interna que no deseamos regresar. Pero, ¿cuál es el legado después de 20 años de terror generalizado?, no cabe duda, hemos heredado un cierto sinsabor o una especie de herida social que no termina ni de curar ni de cicatrizar. Si bien, a pesar de la crisis mundial, observamos un Perú económicamente fructífero con rebrotes de exportación inimaginables, lo cual esperemos continúe por el bien nuestro, sin embargo, lo que seguimos percibiendo es una amplia brecha que aún hiere y que continúa cercenando o dividiendo cada día mucho más a todos los peruanos. Es ahí donde la figura de la joven Fausta (personificado por Magaly Solier) irrumpe como un símbolo índigena que nos recuerda lo que el Perú es hoy, un país que se empeña en dividirse a través de dos mundos irreconciliables, aparentando, por un lado, ser un país "desarrollado", con ciertos rasgos de pseudoaristocracia dominante, y otro subdesarrollado, con señas serranas lastimeras, como las que vemos en las afueras o las periferias por donde se afinca el olvido de la promesa política, por donde no llega (¿llegará?) el asfalto, por donde se rehúsa a brotar una gota de agua o un haz de luz que calme la sed o termine con la oscuridad. Por un lado se ha creado un mundo lejano que se encarna como una especie de cultura intolerante que dice llamarse así misma cultura letrada (sino cómo explicar ese injustificable acto de racismo contra la congresista quechuahablante Hilaria Supa) y por el otro uno que se nos hace muy familiar pero rayano a la extrema pobreza, aquella pobreza doliente que se hace miseria que indigna.

La Teta Asustada es un film que recrea un tema si bien inicialmente polémico es, además, en sumo una aproximación a un tema que es delicado pero que reina en la realidad peruana: aniquiliación cultural. Es indudable. Fausta nos muestra el rostro de la represión que nació con el terrorismo aquel que estuvo presente en el pueblo peruano durante una larga época muy dura. Ella es la hija que heredó el miedo por la leche materna que amamantó de la teta asustada. Ella nos recuerda ese rostro oprimido de nuestro país que hasta hoy sigue siendo insuficientemente atendido. Fausta encarna aquella situación opresora, dolorosa y enfermiza que el terrorismo transmitió a aquella población andina que le tocó vivir dentro de ese terrible marco de prolongada guerra interna.

Sin embargo, un detalle particular que podemos subrayar en la película, como colofón universal, es la creación (re-gestación) de una conciencia cívica nacional mucho más comprometida por el respeto a los derechos humanos como elemento imprescindible para el "desarrollo" (como humanización) de nuestra nación. Queda claro que la exclusión, el racismo y la división de clases siempre promueven un mundo social basado únicamente en comparaciones ociosas, violentas y bizantinas entre lo que es una sociedad progresista o "desarrollada" y una sociedad que radica en los cerros, en las periferias de la ciudad, donde asumimos siempre ver personas disminuidas, atrasadas e indígenas. Y esto no es lo que deseamos ser como peruanos. Tal cual como Fausta, nosotros también podemos sanar de manera prolija, no sólo con dinero sino con más empatía social (más cercanía al otro en su diferencia), ese dolor paralizante que lamentablemente hemos heredado, convirtiéndolo en fruto -como la flor de papa de Fausta- que alimenta, re-enciende y re-crea esperanzas mucho más perennes, perseverantes, duraderas, inclusivas y pacíficas, esperanzas más lejanas de lo egocéntrico, lo insensible, lo inhumano, lo intolerante, la manipulación, la dominación o lo injusto que sólo alimenta con desunión, represión e indiferencia.

domingo, 19 de abril de 2009

Son 25 años justos y necesarios

A puertas de haber celebrado los días centrales de la semana santa, sumergido dentro de este fervor religioso, me surgen innumerables preguntas. Todas ellas a raíz de dos hechos nucleares ocurridos esta semana, una en Lima, y la otra en Chiclayo (mi tierra natal). A nivel nacional, desde Lima, se nos da la grata noticia del punto final a la no impunidad del intolerante y siempre escurridizo gobierno autoritario, como lo fue el Gobierno del Sr. Alberto Fujimori. Nunca debe triunfar, ni deberíamos permitirlo, el poder prepotente que encubierto entre sediciosas excusas cree que fácilmente puede burlar aquel sistema que hasta ahora por lo menos siempre nos ha entregado cierta estabilidad gubernamental, el de la democracia. Felizmente, hace unos días, se fundó en la memoria y la conciencia peruana un hecho histórico trascendental: 25 años que son precisos, justos y necesarios para expiar culpas por hechos que, fueran conscientes o no, arrancaron escenas desastrosas, muertes dolorosas y tristes pérdidas. Todas ellas, inexcusablemente, repetibles. Mientras todo esto ocurría en Lima, en Chiclayo, en el norte del Perú, el Centro Loyola (centro de formación espiritual laical creada por jesuitas) tuvo la visita de la Sra. Susana Villarán, una mujer sensata que por su buen ímpetu socialista a los chiclayanos nos recuerda el fructífero gobierno regional del Sr. Yehude Simón.

Nombres como Fujimori, Susana Villarán, Yehude, y otros que irrumpen entre ellos, nos invita a preguntarnos, por ejemplo, ¿cómo seguir re-creando la conciencia cívica regional?, ¿sirve de algo realmente la política nacional?, ¿somos o podemos los ciudadanos de “a pie” forjar un Perú distinto, con una moral distinta, con una ética nacional viva distinta a la que hemos heredado de las arcas del sistema de "inteligencia" fujimorista?, ¿En Chiclayo, u otra provincia peruana, acaso no se necesita formar líderes con conciencia y ciencia política? Si la fe es lo último que se pierde, entonces cómo ciertas instituciones tanto educativas como no-gubernamentales pueden aportar algo en este sentido. Si de lo sensato una pizca se hace, o se educa, es posible formar conciencia y ciencia política, como lo son con toda seguridad algunas personas o instituciones públicas de coherente e integridad moral política que dirigen hoy en día algunas de las más prestigiosas universidades privadas, como la PUCP, la UARM o la USAT.

Pero, además, ¿qué le falta a Lima y a las provincias para que este flagelo no-cívico deje de radicar en aquellas conciencias que desean de verdad ser políticamente bien intencionadas?, ¿acaso la opción final tiende a ser sólo particular, de un yo, de sólo para mí mismo?, ¿no debemos acaso buscar consolidar ese bien común que de a pocos en el Perú se hace cada vez menos colectivo pero mucho más sectario?, ¿acaso prima más la postura partidaria antes de dar prioridad a ese propósito fundamental que la conciencia cívica sabe de sobra, es decir formarse como una conciencia cívicamente libre? Contemplando aquel dinámico principio jesuítico, el de el camino hacia el magis más universal, me pregunto, ¿qué es más importante?, ¿que prime solo la politiquería mal intencionada o que reine como suprema preferencia aquel amor político que conduce hacia el bien siempre mancomunado?

El Perú necesita expandir su buen espíritu cívico que por distintas razones socioculturales se encuentra adormilado. Desde dentro de esta tierra norteña hemos de emprender el bien común regional.

Estructuras Lingüísticas Cambiantes

"No hay que asustarse: el idioma cambia siempre, de generación en generación. Va modificándose porque es un organismo vivo. Quedarse en el pasado significaría convertir al español en una lengua muerta.Las academias se dedican a la defensa del idioma, a difundirlo y a lograr que cada día se hable más".(Marco Martos Carrera, piurano, poeta, presidente de la Academia de la Lengua Peruana)

Los distintos modos de expresión nunca permanecen estáticos. Las estructuras ingüísticas que son la base de una comunicación comúnmente aceptada a través de toda la historia, también, varían en el tiempo. Ni las estructuras ni los modos se mantienen rígidos por siempre. Ambos, tanto los modos de expresión como las estructuras idiomáticas, que son múltiples y variables, dependen en gran medida no sólo de la ubicación geográfica del hablante, sino, además, del modo en cómo cada hablante se expresa (o habla) en un determinado nivel sociocultural o, en fin, según la situación comunicativa (llamada formal o informal) en la que este espacio verbal aparece.

El español (o castellano, según el país hispanohablante) si bien es un idioma con una estructura básica aceptada, que permite la comunicación entre una comunidad de hablantes, que es bastante amplia, también ha variado y seguirá modificándose a través del tiempo. Los modos de expresión del s. XVIII no son los mismos del s. XIX, por ejemplo, los mensajes celulares (sms, chat -xat-) son los telegramas de nuestros días. Si bien unos han quedado, u otros han desaparecido, algunos de ellos siguen en uso aunque con ciertas variantes sugeridas e incorporadas por consenso. Sin embargo, a pesar de lo inevitable, de que continuará variando el idioma, mantenemos a diario un español estándar que todos usamos en distintos espacios (escuelas, universidades, medios de comunicación, etc.) que nos ayuda a reconocernos como hablantes de una misma comunidad que se entiende, que se comprende y que desea entenderse. A pesar de obvios particularismos lingüísticos (o límites regionales) no es posible (ni aceptable) que estos paralicen o enralezcan el enriquecimiento del idioma porque más allá de estos particularismos existe una comprensión universal que no se puede desaprovechar ni descuidar.

La censura intolerante sólo se fija en eliminar la riqueza lingüística. Por ello, es justo reconocer la variabilidad lingüística, pero, al mismo tiempo, reconocer que toda estructura idiomática básica como norma consensuada es también necesaria, porque sólo así es que se nos brinda una bella oportunidad para enriquecer el habla o los modos de expresión de quienes así realmente lo prefieren. El punto de equilibrio entre lo variable y lo perseverante es un bien como hecho lingüístico cuando sirve a un mismo propósito comunicativo, esto es, conocer la riqueza de nuestro idioma como base y soporte de una mejor comprensión humana que conduce hacia la belleza del buen escribir de aquellos nuestros más mayores y mejores preciados pensamientos.

Finalmente, a partir de lo antes expresado, considero que una persona que gusta siempre hacer uso de lo comúnmente aceptado, de tal forma que le permita asegurar no sólo una preferencia lingüística sino un buen entendimiento de lo que se expresa o de lo que se escucha, va por buen camino. Por tanto, según tiempo, lugar, y persona, cada uno decida si opta por el habla o la lengua formal (cuando ciertas situaciones protocolarias lo ameritan), por la coloquial (cuando percibe que lo protocolario no ayuda al entendimiento) o por la lengua literaria y formal o esmerada (cuando desea narrar o escribir con especial dedicación sus pensamientos o sus conclusiones profesionales).

Comentario a "La Lengua de Lázaro Carreter" Ir a Pag.Web